Las previsiones económicas dependen cada vez más de la noción de incertidumbre, como se destaca en el último informe de la AIReF, la autoridad fiscal de España, que redujo su proyección de crecimiento del PIB en dos décimas, dejándola en un 2,3%.

La disminución refleja una realización de que las expectativas previas eran demasiado optimistas, influenciadas particularmente por las políticas comerciales del ex presidente estadounidense Donald Trump.

Un concepto que está ganando relevancia en las discusiones en este contexto es el de 'geonomía', que se puede traducir libremente como 'geoeconomía'.

Este término encapsula el uso estratégico del poder económico por parte de entidades políticas para lograr resultados globales deseados.

Aunque no es una idea nueva, su relevancia ha aumentado en medio de cambios geopolíticos en curso.

En una columna reciente, la periodista Gillian Tett señaló que los mecanismos de la geonomía divergen marcadamente del marco intelectual del siglo XX de la economía de mercado libre.

Este paradigma tradicional, arraigado en las teorías del economista David Ricardo, postulaba que los países se especializan en la producción donde tienen una ventaja comparativa, facilitando relaciones comerciales internacionales más fluidas.

El principio de Ricardo, articulado por primera vez en su obra seminal 'Principios de economía política y tributación', abogaba por el libre comercio como un camino hacia el beneficio mutuo entre las naciones.

Sin embargo, la trayectoria actual revela un retorno al nacionalismo económico.

Recientemente, los académicos han revisado las obras del economista alemán Albert Hirschman, particularmente su análisis de cómo las naciones han restringido históricamente las importaciones en un esfuerzo por lograr la autosuficiencia.

Las perspectivas de Hirschman fueron informadas por las políticas autárquicas experimentadas durante el pasado aislamiento económico de España y las tendencias proteccionistas anteriores, notablemente en la década de 1930.

En términos prácticos, el reciente acuerdo comercial entre Estados Unidos y el Reino Unido ejemplifica este nuevo enfoque hacia el comercio internacional.

Notablemente, este acuerdo mantiene aranceles mínimos del 10% e impone restricciones al comercio británico con China, subrayando las dimensiones geopolíticas que sustentan las relaciones económicas en un contexto contemporáneo.

Esta estipulación busca prevenir el transbordo de componentes chinos a Estados Unidos a través de exportaciones del Reino Unido, obligando a Londres a supervisar de cerca a sus empresas exportadoras.

Un informe reciente del Banco Mundial ha denominado a este fenómeno la 'Economía del Poder', sugiriendo que los sistemas comerciales multilaterales tradicionales, que han soportado diversos trastornos durante los últimos 75 años, ahora se enfrentan a complejos desafíos geopolíticos.

El cambio hacia la geoeconomía se caracteriza por un aumento de la intervención estatal en las arenas comerciales globales, desviándose de las normas de libre comercio de larga data.

El discurso que rodea estas transformaciones económicas se complica aún más por las ideologías contrastadas dentro de la disciplina misma.

La economía clásica de David Ricardo ha influido tanto en los marcos neoclásicos contemporáneos como en las teorías socialistas pioneras de Karl Marx.

La crítica de Marx al capitalismo, una vez considerada una visión heterodoxa en Occidente, sigue siendo fundamental para las estrategias económicas empleadas por China en la actualidad.

Michael Roberts, un economista marxista y exanalista en Londres, ha sostenido que las visiones tradicionales del comercio internacional como equitativo y justo son ilusorias.

Él postula que la competencia sostenida entre naciones desiguales ha perpetuado desequilibrios estructurales en el comercio global desde su inicio.

Roberts argumenta que las soluciones propuestas por los formuladores de políticas contemporáneos, incluyendo las de la administración de Trump, reflejan solamente los intereses del capital doméstico que lucha por competir internacionalmente.

La arquitectura económica subyacente, dependiente en gran medida de los rendimientos financieros, presenta barreras significativas a la reindustrialización en los EE. UU., lo que él afirma debe depender de un aumento de la productividad y metodologías de inversión en lugar de meros ajustes arancelarios.

Perspectivas académicas, como las de Joaquín Arriola de la Universidad del País Vasco, enfatizan los desafíos inherentes en el cambio de patrones de inversión hacia sectores industriales.

Arriola señala que para que se materialice un cambio económico sostenido, es necesario movilizar capital que esté dispuesto a soportar menores rendimientos a corto plazo anticipando ganancias futuras.

Este complejo panorama sirve como un testimonio de la interacción multifacética entre la economía y la política en una era marcada por la tensión geopolítica y la incertidumbre económica.